AMPÁRANOS
FERNANDO VÁZQUEZ RIGADA
El ser humano vive por la fe. Poseemos la capacidad de creer: en algo, en alguien. En una fuerza superior. En el porvenir. En el prójimo. En la fortuna. En el viento.
Los suicidas han vaciado su fe. Su alma está agotada. Su esperanza perdida. Sus lagrimales drenados.
Por eso los pueblos y sus ciudades, ahí donde vivimos y convivimos, poseen símbolos de esa fe que brinda la fuerza para mantenerse en pie en la desventura. Para resistir. Para volver a amar.
Para sentirse amparado.
Berlín no es una ciudad: es un mosaico de cicatrices. Recuerdan el vértigo del siglo XX.
Ahí están los símbolos que recuerdan la primera derrota mundial. También el quiebre económico y luego moral tras la Gran Depresión. En la Unter Der Linden, afuera de la ópera —símbolo de la exquisita cultura alemana—se realizó la quema de libros por los nazis —la devastación del conocimiento. Hoy, en ese lugar, yace un cristal que descubre una bóveda bajo tierra: la biblioteca vacía. Junto a la Puerta de Brandenburgo está el monumento al holocausto: la época más oscura de la humanidad. Más allá, los restos del muro de la intolerancia que dividiría a las familias, al país y al mundo.
Pero la más conmovedora cuidadora de los berlineses reposa en la catedral del Emperador Guillermo. Es la Virgen de Stalingrado.
Se trata de un cuadro pintado por un soldado alemán, Kurt Reuber, en el dorso de un mapa soviético con carbón vegetal de un trozo de madera quemado. Es la imagen de una mujer que abraza a un niño. La imagen expresa, al mismo tiempo, amor y desolación. Un mensaje encuadra la imagen. Dice: “1942. Navidad en el cerco. Fortaleza de Stalingrado. Luz, vida, amor”.
Luz, vida, amor: justo lo que se había perdido en una ciudad convertida en sepulcro.
El 6º ejército alemán había sido cercado en Stalingrado en noviembre, tras esfuerzos inútiles por tomarla desde agosto. El invierno feroz, la resistencia tenaz, las órdenes de Hitler y de Stalin para no moverse de la ciudad, la convirtieron en el escenario de la batalla decisiva de la Segunda Guerra Mundial. También, quizá, la más cruel. Cada edificio de cada calle se convirtió en un sitio de resistencia. Ahí, Alemania y sus aliados perderían la guerra y también 300 mil vidas durante el cerco, pero más de 800 mil desde el intento de conquista.
Reuber, el soldado que pintó la virgen, quedó atrapado en la ciudad. Dentro de su escondrijo la dibujó con una certeza: iba a morir.
Tenía razón.
En la ferocidad de la batalla, ya consumado el cerco, los soviéticos pusieron altavoces por la ciudad. Las 24 horas sonaba un segundero con un mensaje:
—Cada 7 segundos, un soldado alemán muere en Rusia. Stalingrado es tu tumba.
El cuadro fue colocado en el sótano de la trinchera. Pronto, encarnó la fe que es la vida cuando se esparció la noticia de su existencia. El refugio de Reuber se convirtió en santuario.
Lugar de peregrinación para las tropas exhaustas, hambrientas, enfermas que, cada minuto, perdían algo de vida. Iban a ver a la Madonna buscando un milagro que no llegaría: el de la salvación.
En el último avión que salió de Stalingrado a fines de enero, Keuber le dio el cuadro a un herido para que se lo entregara a su esposa. Lo acompañaba una carta. Explicaba: “es la madre que protege a un niño que ha nacido. Será el primer niño de la nueva humanidad, la que surgirá tras todo este sufrimiento. Tras tanta muerte, volverá la felicidad que merece ser vivida con luz y amor”.
Desde entonces, la virgen protege a los berlineses. ¿De qué? Del espanto. Del olvido. De volver a ser todo aquello lamentable en lo que un día se convirtieron.
Necesitaremos, nosotros también, una imagen, un símbolo que nos consuele y abrace tras tantos años de horror y dolor.
México resurgirá de estos tiempos terribles, desde la fuerza de la fe y el amor.
Una fe en algo, en alguien, que nos haga salir de esta densa oscuridad.
Una fe que nos dé compañía. Calor.
Amparo.
@fvazquezrig
P.D. Muchas felicidades. Nos reencontraremos en el 2025.
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