Afectó rapiña un 60 por ciento, tras paso de huracán Otis
Danytza Flores.
Veracruz, Ver.- Adolfo Gorjón Flores, maestro de la prepa 17 de la Universidad Autónoma de Guerrero, comparte su vivencia tras el devastador paso del huracán Otis, que impactó entre la noche del 26 y madrugada del 27 de octubre en su estado natal.
Adolfo Gorjón Flores fue testigo presencial de la magnitud de la devastación que dejó tras de sí. En Coyuca de Benítez y Acapulco, dos municipios gravemente afectados, la vida dio un vuelco inesperado.
Cuando Otis tocó tierra, lo que parecía ser simplemente más lluvia se transformó en una fuerza destructora sin precedentes, afirma el profesor.
Casas enteras fueron arrastradas, mientras que a quienes les fue un poco mejor, se les despojó de techos y paredes. Árboles y postes de luz caídos bloquearon las calles, impidiendo el paso durante varios días.
El caos reinó, dejando a la población sin luz, agua potable, señal de teléfono e internet, lo que provocó que además de las carencias, quedaran incomunicados.
La zona hotelera quedó en ruinas, con edificios convertidos en meros cascarones a punto de colapsar, cuenta Adolfo, mientras su mente se llenan de imágenes de la devastación.
La infraestructura hospitalaria también sufrió daños, pero se adaptó para atender a aquellos que necesitaban atención urgente.
La Comisión Federal de Electricidad (CFE), cuenta el maestro, se sumergió en un trabajo titánico para restaurar la energía eléctrica, pero la magnitud del evento hacía que pareciera insuficiente. Afortunadamente, la colaboración de la población civil en las tareas de reconstrucción, desde limpiezas hasta la restauración de servicios esenciales, fue crucial.
Adolfo Gorjón señala que la rapiña no tardó en manifestarse. Supermercados, tiendas, negocios, restaurantes y hasta la hotelería fue saqueada, incluso en gasolineras se robaba combustible. El miedo se apoderó de la población, pero la intervención de la Guardia Nacional logró detener estos actos vandálicos.
En algunas colonias, la gente se vio obligada a organizarse para defenderse contra los saqueos, desde recurrir a disparos al aire para ahuyentar a saqueadores hasta asegurar puertas y ventanas para evitar el ingreso de amantes de lo ajeno.
Platica que para los acapulqueños la rapiña terminó haciendo más daño que el propio huracán, pues los negocios y establecimientos que se habían salvado, terminaron siendo vandalizados y saqueados, destruyendo toda posibilidad de reiniciar actividades y con ello agilizar la recuperación de aquella ciudad.
Asegura que ningún comercio se salvó de estos actos vandálicos desde los ubicados en colonias y fraccionamientos hasta los ubicados en la zona turística, dejando como consecuencia ahora que muchos establecimientos ya no vuelvan abrir sus puertas y generando con ello un problema más, el desempleo.
El maestro recuerda los primeros días como los peores, ya que la gente vivía al día, dependiendo de las reservas de alimentos que encontraban en sus hogares, ya que los primeros días fue imposible comprar o recibir ayuda debido a la inaccesibilidad de las vías.
En medio de la tragedia, lamenta que los mercados populares aprovecharon la situación elevando los precios de manera exorbitante. Una botella de dos litros de Coca-Cola se vendía a precios escandalosos, alcanzando hasta los 100 o 120 pesos si se deseaba fría.
La escasez de agua potable persiste a la fecha, especialmente en las colonias altas, donde el sistema de tuberías aún no se ha restablecido por completo.
A pesar de los desafíos, la ayuda humanitaria ha sido constante, demostrando la solidaridad intrínseca de los mexicanos, indica.
Adolfo recuerda los primeros siete días como los más críticos, cuando la falta de servicios y la incomunicación generaron un panorama desolador. La gente se las ingeniaba para sobrevivir, compartiendo recursos con vecinos y realizando trueques para obtener lo necesario.
En medio de todo, afirma que la recuperación, aunque lenta, ha comenzado. La comunicación se ha restablecido en un 50 o 60 por ciento, permitiendo que las personas se pongan en contacto con sus familiares y amigos. Guerrero, poco a poco, emerge de las sombras dejadas por Otis, pero asegura que aun con los avances, sigue siendo complicada la sobrevivencia en Acapulco.
El restablecimiento de la luz no ha alcanzado el 90%, lo que ha atrasado la reactivación comercial. El agua potable apenas alcanza una cobertura del 40%, lo que sigue complicado las actividades cotidianas de los acapulqueños. Lo mismo con el servicio de recolección de basura teniendo que soportar suciedad y olores fétidos. Además de la llegada de enfermedades por la falta de sanidad.
Adolfo reflexiona sobre la experiencia vivida. Aunque algunos argumentan que no fueron advertidos a tiempo, él señala la inevitabilidad de un desastre de tal magnitud.
En medio del huracán, con vientos que superaban los 300 km/h, la población sintió una impotencia abrumadora mientras el entorno colapsaba a su alrededor. La falta de aviso no hubiera cambiado el destino inevitable que se cernía sobre ellos.
Hoy, a medida que la normalidad se restablece en un 40 por ciento, Guerrero se aferra a la esperanza. Lo cierto es que, aquella ciudad del pacífico podría tardar hasta dos años para recuperarse, pues para los acapulqueños Otis causó el 40% de daños, pero la rapiña afectó el 60%.
La resiliencia de su gente y la ayuda humanitaria continúan siendo pilares fundamentales en la reconstrucción de una comunidad que se niega a rendirse ante la adversidad, afirma el maestro que pensó que no viviría para contarla.